Por: Alberto Ramos Garbiras
Los arrieros se tomaron el altozano que hoy ocupa la ciudad de Sevilla y construyeron las primeras casas. El trazo inicial, como la cuadratura de todos los pueblos y ciudades, se hizo alrededor de la plaza, hoy la “Plaza de La Concordia”.
Para una revista de la Academia de Historia del Valle, escribí sobre ese trazado fundacional a partir de la narración en su Diario que hiciera Antonio María Gómez, otro fundador (antepasado de Aldemar Gómez Ocampo), ese Diario es una valiosa fuente de información para obtener datos y detalles de los actos más relevantes durante los primeros once años de vida del corregimiento de San Luis, todavía dentro de la jurisdicción de Bugalagrande, convertido en Sevilla en 1914. Antonio María era un funcionario público con tendencia a ser cronista, relator de lo que veía, ya había hecho parte de la fundación de Manzanares (1).Y participó del acto donde se trazó la cuadratura de la plaza de Sevilla con el taquímetro que que Don Heraclio Uribe había traído de Paují.
Con la evolución y el desarrollo urbano las calles van cambiando de nombre y se modifican todos los bautizos iniciales o se les conoce con la designación de la nomenclatura. Durante la Colonia, loe españoles tenían la costumbre de bautizar a la calle principal, la del principio como La Real, la primera, la más importante, la de la realeza. En Sevilla la calle principal o sea la 50, se quedó con la denominación inicial: Calle Real. Una calle flanqueada por dos parques, el de la Concordia, con nombre francés; y el parque Uribe Uribe, no por el expresidente, sino por Heraclio el fundador, hermano de alguien que iba a ser Presidente, Rafael, asesinado a punta de hachazos en 1914 en las gradas del capitolio, un complot urdido por los godos de extrema incubados en la entraña de la regeneración nuñista .
En la década de los años 60sTres calles se conocían ampliamente por sus nombres: la Calle Miranda, La Pista y La Real. Después de que Guillermo Valencia Naranjo impulsó como Personero Municipal, a mitad de la década del 70, la construcción de la “Avenida Santander”, está vía tomó también renombre. Se erigió la Avenida, quedando como obstáculo la muela de la margen izquierda, por obstinada negativa de Honorio Zapata, en el lote que colinda con la casa solariega donde se levantaron los Parra López, que después engrosaron las filas del P.C.: mejor dicho, en el lote donde después se levantó la abigarrada construcción, con restaurante a bordo, donde “El Topo” Ceballos extendió sus tentáculos de comerciante: del seviche pasó a los famosos chorizos con la alquimia a Gloria Pino. Allí el Topo despotricaba contra todo el mundo y fraguó lo que después sería el boletín llamado La Ponzoña.
Pero ninguna de las calles fue tan famosa como la “Calle Real”. La Real, ha sido la vía rosa de Sevilla, como lo fue la Sexta en Cali, la 7ª en Bogotá, la 5ª Avenida en New York, o los campos elíseos en parís…allí, en la Real tuvieron pasarela las quinceañeras, las buenonas, las jamonas y las solteronas (nadie les hizo el favor).La Real Calle de reinas, camino de romerías, Semana Santa permanente, procesiones diarias. La calle del yo―yo, el sube y baja, el ascensor, la vitrina pública, son algunos de los calificativos que han llovido sobre la calle real, calle de angustias y de lágrimas: de alegrías y profundas exultaciones. Paso obligado, sitio de encuentro. Los turistas se quedaban aterrados de ver que la gente no le daba espacio a los carros. En los pueblos de origen paisa esa es una costumbre peligrosa cuando el parroquiano se traslada a vivir en una ciudad: sigue deambulando por la calle, se expone y no usa los andenes.
De la calle real quién no recuerda una aventura, un suceso, un incidente vivido: todos los hemos tenido. Recuerdo haber visto a Yolanda Cardona por primera vez en el andén contrario al Bar El Canaima, me deslumbró por su belleza, ya vivía en Cali, luego busque durante varios días en el directorio telefónico el nombre de su papá, nunca lo encontré, cuando volvió a aparecer en Sevilla, ya tenía novio: Alberto Zuluaga.
Carmenza Guevara era la que más estrenaba y se daba el lujo de salir subiendo y bajando La Real hasta tarde de la noche, cuando todas debían regresar a sus casas antes de las 9 de la noche. Magnolia Gutiérrez la veíamos caminar erguida y con la mirada en lontananza, seguramente Héctor Fabio Toro se aprestaba para conquistarla, para siempre. Recuerdo largos diálogos sostenidos con Flavio León Henao que, especulaba hasta sobre el primer viaje a la luna con las incursiones de Amstrong y Gagarin. En la esquina de la Real, desde el balcón del club Los Alpes, pronunciaron discursos López Michelsen (1974) y Turbay Ayala (1978) durante sus campañas presidenciales, fueron invitados por Alfonso Ossa Jaramillo, jefe del partido liberal, del Directorio y Presidente de la Asamblea Departamental, en varios períodos. El Zarco Octavio Montoya poseía en La Real allí uno de los almacenes más poderosos del Norte del Valle: su imagen en el dintel de una de las puertas de ingreso, le daba vida comercial a una calle que se llenó de bares, grilles y cantinas.
Todos pasamos los primeros años de la adolescencia subiendo y bajando la Real. Por allí transitaron Ernesto Pino dialogando con Norberto Paláez su amido de la época, después Norberto fue Director del INPEC y se olvidó de los sevillanos (se le subieron los humos); Ernesto mientras tanto tuvo varios años para escoger esposa hasta que se decidió por Mónica Agudelo que también recorría ese asfalto con María Belén; pasó por la Real sus primeros años de notoriedad la bella Aydee Ramírez, a quien en 1978 la induje para que actuara en cine con la cámara de Super 8 que había sido de Andrés Caicedo. Luego Aydeé se convirtió en figura nacional de la televisión colombiana. Pasó, José Guillermo Alicastro, caminaba hasta el Almacén Infantil, de Doña Teresa Garbiras, para coquetear con Amparó Hernández que trabajaba en Suramericana, la sedujo y de esa unión hoy tenemos al cantante Alicastro, radicado en Maimi.
Cuando a Honorio Salazar, el esposo de doña Aracelly Quiceno, se le quemó la sastrería “El Ciervo”, en la antigua construcción en donde se levanta el edificio “Granada”, se fue para la Real y montó “La Panadería “La Española”. En esa vitrina atravesada por una varilla protectora, nos parábamos para ver pasar las colegiales a la salida del colegio y los domingos, la entrada de las muchachas a cine: social doble. Allí asistí con varias de mis novias cronológicas, era la única forma de lograr citas tranquilas, a pesar del barullo; con Orfa Salazar, tan hermosa, rubia de verdad, antes de arrimarme y poder tener valor para besarla me fumaba de seguido tres cigarrillos pielroja, hasta que quedaba como borracho; con Luz Stella Henao, ante la rigidez y disciplina de Don Juan Henao que solo me permitía solo visitas en el balcón de la casa y parado todo el tiempo, nos tomábamos de la mano casi tres horas, hasta que nos sudaban; con Martha Granada, descubrimos conversando, Tomate López y yo, que era novia la vez de los dos, por lo menos nos había dado el sí por los mismos días, entonces decidimos desenmascararla, cada uno se sentó al lado de ella, quedó flanqueada, cuando apagaron la luz, cada uno le tomó una mano, y así permaneció rígida y muda la primera hora hasta que se descubrió la tripleta, y la perdimos. Con María Victoria Hoyos, un amor que no pude olvidar, sus labios gruesos como los de Angelie Jolie, eran un manjar; con Zoila Cristina Cardona, la más imponente, me tocó otro suegro, para esconderme en el Teatro Real.
Las funciones del Teatro Real eran distintas respecto al público asistente, los sábados a los domingos. Lo mismo ocurría en el teatro Alcázar. Los sábados también era con doble proyección de películas, pero la mayoría del cine mexicano o norteamericanas, no de estreno, se llamaba, función de matiné. Asistían los campesinos que venían de las fincas a pasear o comprar las remesas o a darse un baño de pueblo, para ellos, ciudad. Los domingos a la sesión llamada social doble, asistían la juventud metida en la onda de los cocacolos influidos por el vestuario, el cabello y los gestos de baladistas, los Beatles y los hippies; asistía la clase media y el jet-set parroquial. El ruido disminuía, y los aplausos también.
Asistimos en la Calle Real al Teatro Real. Sitio de esparcimiento y de conquistas. Vimos buen cine , al agente 007, a Clinyt Eastwood, Lee Van Cleef, Rock Hudson, Yul Bryner, y todo el cine de acción que llegaba. En el teatro Alcázar por el contrario una algazara incontrolable cundía en el recinto, una vocinglería desaforada inundaba el lugar, el barullo de los chiquillos aunado a la incultura de los restantes conforman la trápala que hace inaudible el filme; el cigarrillo encendido caía sobre su cabeza del mas desafortunado, el madrazo retumbaba el tímpano, el olor de los baños descuidados atosigbaa el aire, el bisbiseo del anunciador de maní, más la ida de la luz de la localidad eran las constantes que constriñen a abandonar la sala o a tomar la determinación de no ingresar más a esa sala. Total a abstenerse de ver cine, esperando llegue la época de unas vacaciones o un largo puente que le permita asistir a la ciudad más cercana.
En ese teatro se prefería el cine en español, fundamentalmente el mejicano, pues la mayoría del público no sabe leer. Los sábados se presentan esa clase de películas, sino no hay taquilla; el campesino analfabeto necesita una de Pel-Mex que lo refocilara de la ardua tarea del campo, el contenido no importaba, la temática no la entienden; el ruido de las balas, los asesinatos, la acción eso es lo importante.
Las programaciones en serie sobre el mismo género son otras de las características del cine en provincia. Durante una o dos semanas se ruedan filmes de Westerns, en la siguiente semana cine-romano (Peplum), posteriormente karatecas, cine-sexy-jocoso, pornográfico, musical, de suspenso, terror, cómico, etc. La saturación por el género hace perder también muchos espectadores. El cine de directores temáticos nunca llegba a Sevilla, el cine de calidad, el cine clásico eran ausentes permanentes de estas salas, pega el cine comercial, el cine barato, ordinario, adocenado.
Que contrariedad ver, como me correspondió, en la década del 60 en el Teatro Alcázar (hoy en ruinas) en Sevilla (V.) y trasladado a un lado del Hotel Estelar, la obra cinematográfica de Ford mutilada. Proyectaron The Informer (El delator),The Iron Horse (El caballo de hierro), The Searchers (Centauros del desierto),The Lost Patrol (La patrulla perdida), Stagecoach (La diligencia), How Green was my valley (Que verde era mi valle) y Seven Women (Siete mujeres). Escenas cercenadas, momentos cumbres imperceptibles. No poder apreciar a Monument Valley por falta de intensidad en la luz; al séptimo de caballería con fotogramas borrosos consecuencia de una mala copia; la filosofía de Ford disminuida por el recorte inmisericorde. Privase de planos con Wayne en acción; de la lectura completa del pobre Duley Nichols; los créditos pasados a horcajadas, sin el derecho a leer nombres como los de Claire Trevor, John Carradine, Thomas Mitchell, Andy Devine, Victor McLaglen, Boris Karloff, Wallce Ford y otros. Esos son malos ratos que no se olvidan. (2)
“La Real”, calle memorable y sagrada. “La Fuente”, único sitio del jet set sevillano, de todas las edades, local con abundantes espejos y la mirada escrutadora de Ataniel, el administrador. Bebas inolvidables con música a 20 el disco. El machismo en acción, los coca-colos desenfrenados, llenando la mesa de botellas de cerveza hasta el borde, enojándose con las meseras porque Rosa o Yolanda se llevaban los envases. Era tanto el frenesí del jet―set parroquial, que los propietarios resolvieron construir el mezzanini: en un principio sitio especial para los más refinados; después, escondite de los novios clandestinos: allí me citaba con Elsita Jaramillo, tan linda con una ruana a colores y tennis rojos. “La Fuente” sitio de excentricidades. El gallináceo se hacía por los espejos y el que no encontraba mesa, de todas maneras pasaba mirándose de soslayo. Tan excéntrico el sitio que, hasta era lugar apropiado para suicidarse.
En Semana Santa confluían todos allí: venían de Cali, Bogotá, Medellín, Armenia Pereira. Las jornadas de alicoramiento o bebetas se iniciaban desde temprano: cuando la procesión pasaba, la gente se arremolinaba en los andenes para ver pasar a Camilo Escobar, dirigiéndose a los doctores de la iglesia, Norberto Montoya, Doraluz Velásquez (que piernas también torneadas) y James Vélez, con sus bastones, comandando las bandas de guerra: Rita Cecilia Hoyos y sus amigas, de Ángeles y los Leones, los del Club, estrenando vestido, era el momento para estrenar. La semana santa era el momento para exhibirse con más público que todos los fines de semana, con el pretexto de ser parte de un grupo colaborador, se colocaban túnicas romanas o atuendos de Judea, entonces las adolescentes se veían como sacadas de una película religiosa.
Las peleas de borrachos han sido una constante en los pueblos: en Sevilla se pelea por cualquier cosa, no en vano operó la violencia de los años 50s por donde pasaron a través de sus veredas chusmeros,chulavitas,cuadrilleros,pájaros sicarios, bandoleros y guerrilleros. Las galladas de Tuluá, comandadas por Alberto Lozano, incendiaban las trifulcas: en las épocas de casetas eran más frecuentes, hasta que se fueron matando en la carretera por la curva del overo u tras curvas después del violín, y no volvieron. La calle Real ha sido siempre, claro está, lugar de profundas disquisiciones, de chismes, mejor dicho. Allí se han descuerado todas las almas: los divinos y los humanos. Tirios y Troyanos se han cruzado dimes y diretes. No ha quedado una virgen ni un macho. Todos los amoríos fueron comentados, las infidelidades y las proyecciones de cacerías futuras, también se urdieron allí.
Néstor Restrepo tuvo a su favor el haber fundado el mayor número de establecimientos públicos, desde “Moulín Rouge”, pasando por “Coffee Shop”, “El Asadero de Néstor”, el Almacén de “Variedades” y “Venecia”. Después modificó “El Hispano”. A Néstor se debe que hayan desaparecido los negocios comerciales, y proliferado los grilles y bares: hasta Aurita Ceballos se desterró de la Real para el parque la Concordia: Néstor fue el pionero. Prestó dinero, empeñó todo, pero se inventaba un negocio cada dos años. No sé si “El Cortijo” también lo fundó él, pero luego pasó a manos de Gustavo Arias; con este negocio se descentralizó un poco “La Fuente”; todos sus amigos se fueron para allá: Hugo Montealegre, los López, los Campuzano, “Leche” y “Ocho” (Arturo Salazar). “El Cortijo” se convirtió en un nuevo escondite de parejas, el lugar del flirteo, de manoseo abscóndito, de nacientes amores.
“Los Fundadores” y “Los Arrieros” eran los sitios de baile colectivo. “Los Fundadores”, desplazaron a “La Ratonada”, sitio de esposos infieles, muchos fueron pillados infraganti. Con el paralelismo que creó el nacimiento de “Los Arrieros”, se dividió la clientela en: gente in y gente out. O sea, gente de caché y los de abajo. En “Los Arrieros” había socios que eran pesados comerciantes y podían contratar orquestas; casi que Edgar Gallego y sus “Blue Stars” se convirtieron en la orquesta de planta; “Los Fundadores” se quedaron con los negritos del ritmo, es decir, con los discos LP, que después expendía el almacén “Sonoritmos”, en seguida del bar “Real Madrid”. Con los LP y las orquestas que pasaban por esos dos sitios de la calle Real, o por el club tres de mayo, aprendimos a bailar los boleros.
Los primeros boleros bailados de cerca debieron ser una escándalo ante los ojos de rezanderos y moralistas (porque vicios privados, públicas virtudes), el bolero bailado debió ser vituperado por suegras represoras que veían allí un inminente vehículo de pecado para sus hijas por las fricciones que proporciona su baile, siendo la única barrera, la ropa.
Ya desde los años 40, 50 y 60 en Colombia, en las fiestas patronales de los diferentes pueblos de Colombia se espera con ansiedad la fecha anual, es la única temporada segura donde contratan orquestas, como ocurría en Sevilla(Valle) con el baile de la cosecha o en las fiestas aniversarias de mayo; o en Caicedonia para todos los meses de agosto; el resto del tiempo la música se escucha en las victrolas, equipos de sonido, y años después la programación normal de viernes y sábados en las discotecas, los boleros son infaltables, Colombia es un país donde el bolero ha tenido acogida desde comienzos del siglo XX, primero el cantado y luego el danzado. Los amoríos, cuitas, romances, traiciones de parejas en cierne, amarteladas, estables, separadas y en reacomodo, etc., se han apoyado en el bolero para inspirarse, volver, llorar, reclamar, incitar, pedir o abandonar.
Si se estaba iniciando la conquista de una chica candidata a novia, y aún estaba lejos de coronar el acto sexual, durante esas fiestas o la concurrencia a una discoteca, se hacía mucha fuerza para que sonara un bolero, entonces podía venir el acercamiento de los cuerpos, el roce anhelado, el amacice de casi tres minutos. Todo ello gracias al sexteto habanero primero y luego el trío Matamoros, ellos crearon e impulsaron el bolero Son, que aunque siendo más rítmico y cadencioso facilitó ser bailado,
con la pareja de cerca, en un face to face. Allí fue cuando el bolero se desprendió del Son y entonces podía bailarse con más lentitud. Y, en las fiestas si tocaban tres boleros seguidos, lotería, más intimidad de nueve minutos, menos movilidad por las baldosas que tocaba utilizar con la música tropical, con la duración del bolero en esa aproximación, se podía susurrarle al oído a la candidata para avanzar en la conquista. Si aparecía desde los primeros segundos del bolero, el freno de mano, pues hombre frito: se perdían todos los cálculos (3).
Los discos LP fueron con los años desplazados por los cassettes, estos por los C.D, estos por el MP3, y estos por las USB). Después el “Bolo Club” se trasladó al sitio que ocupaban “Los Fundadores”; luego comenzó el declive del Bolo Club; los cafeteros se entusiasmaron llegó a ser campeona Gloria Muñoz, una trigueña hermosa, despampanante que, se parecía a Sofía Loren. El receso de todo negocio no se hizo esperar: esa es la costumbre. La gente entra, pues, a la expectativa de uno nuevo. Lo malo es que Néstor Restrepo no inventó otro, se aburrió de que lo tumbaran, los muchachos le quitaran el billete con carantoñas.
Aldemar Gómez Ocampo, cuando fue Alcalde quiso cerrar “La Real” para que quedara exclusivamente como calle peatonal, como algunas de Bogotá, Medellín, y Cali. La idea no funcionó, el Concejo oposicionista no dio la palmadita de apoyo. Pese a ello, los sábados y domingos, durante su administración la calle era peatonal. Aldemar quiso muchas cosas buenas para Sevilla, pero no lo dejaron por culpa de un gravamen que él no creó, y por los malos manejos en las empresas municipales con los sobrecostos en el tendido de alcantarillado que, tampoco propició él, entonces tuvo que abandonar el sillón. Cosas de la política mi apreciado Ago , o Mao por sus lecturas sobre la China.
Pero de verdad, que “La Real” era un fenómeno extraño, los peatones no daban vía a los carros, mejor dicho, los carros les pedían vía a los peatones. Cuando alguien llegaba de otra ciudad creía que algo había sucedido: un asesinato, un culebrero que se había tomado la calle como teatro de operaciones, o una procesión en desarrollo: siempre hay gente subiendo y bajando.
Chiroso Ocampo, acabó por descentralizar la Real, montó “El Bar Centro Social” y logró hacer voltear a la gente del yo―yo hasta las E.E.M.M. Después el milagro lo hizo el dueño de “La Cascada” y “Los Barriles”. Posteriormente Javier Arturo Aránzazu, terminó la vuelta a la manzana para el giro completo de los negocios nocturnos, se convirtió en el “magnate” de los bares, llegó a poseer los tres mejores establecimientos en la esquina opuesta a la Alcaldía y al lado donde había estado construido el tradicional Club Tres de Mayo, instaló ”La Tranquera” en 1986, desde los mostradores se deleitaba con tantas muchachas hermosas que allí entraban, brindándole un masaje visual a sus ojos, y se lamentó del desaparecimiento de la naranjazu.
Pero “La Real” sigue siendo “La Real”. La fiebre por montar negocios era pura copia, alguien fundaba una panadería y aparecían tres más; lo mismo las heladerías y demás establecimientos. A mediados de la década del 60, por allá en 1964, comenzó la gente de la burguesía cafetera a comprar carros. Quienes los adquirían, era para uso del trabajo en las fincas, preferiblemente Jepps Willis, de esos que los norteamericanos utilizaron después de la segunda guerra mundial. Pero hubo algo especial.
Ninguno de los hijos de los cafeteros tenía acceso a ellos, los padres de familia no los prestaban: por lo tanto los muchachos veían los carros como objetos imposibles, todos queríamos manejar desde los 17 años y sobrevino la admiración por los vehículos: el eterno fetichismo. Y todos querían poseer uno para conquistar peladas, porque se decía en medio del machismo montañero, “el carro es el tercer testículo del hombre”. Pero los López Ruiz fueron un caso aparte: Héctor Fabio. Orlando, Carlos Alberto y Oscar. En especial Oscar López. Era el único que poseía jeep y moto, y el carro rojo lo sacaba los domingos. Doña Ofelia Ruiz se lo dejaba, por eso arrasó con varias chicas que otros no podían. Si alguien hizo bulla sin silenciador y fue conquistador de muchas damas, ese fue Oscar López, creció y se quedó con el recuerdo nostálgico de esos gloriosos días. Los que no podían sacar a relucir el carro, recorrían “La Real” a caballo: así también se conquistaba. Después Norberto Montoya (Bocachico) aprendió a manejar y conducir todos los vehículos. Era muy hábil le hacia las vueltas o mandados a los que tenían carro, y a la vez, se exhibía, el trofeo que le quedó fue la hija de Pedro Almanza. Se puede afirmar que Norberto desmitificó la heroicidad de manejar, más cuando vimos posteriormente a Fanny Eusse, conduciendo sin sobresaltos, el jeep rojo descarpado.
“La Real” ha dado para mucho. Omar Adolfo Arango llegó de profesor de filosofía al colegio “General Santander” y alquiló un cuarto en el “Hotel Aristí”; desde la calle los estudiantes lo veían pintar: era también pintor. Desde allí conquisto a la hija de Noel Sánchez y luego a Rita Cecilia, dos buenas presceas. El introdujo la pintura en Sevilla, como Hugo Toro introdujo el verso, Lino Gil, la prosa: Eduardo Trujillo el teatro; Néstor los negocios; Tilde Bedoya las baratijas, Alfonso Ossa la política partidista, Raúl Flórez la filosofía y Lisandro Duque la carreta del cine; sí, de allí nació Silvio Parra. Omar Adolfo impresionó a muchos,después en un hermoso libro “La Leyenda de Juan Valdés”, los describió a todos.
Eduardo Trujillo llegó también a revolucionar las artes escénicas. Llegó por allá en el año 68, con barba y aire de intelectual; haciendo grandes elucubraciones, sobre literatura y creando unos epígonos valiosos como: Javier Gallego. Cuando Eduardo llegó, la mayoría de la gente en Sevilla, no había leído ni “La María”, escasamente se leían a Superman, Chanoc, Yanco, El Llanero Solitario, Linterna Verde, El Fantasma, Dick tracy, y Tarzán, sí, los cuentos que se compraban en el almacén 5 y 6 donde doña Lilian Vengoechea. Cuando Eduardo Trujillo se paseaba por “La Real” con unas sandalias, como las que ha usado “El Topo”, todo el mundo decía: “que pesar de don Manuel, tiene un hijo comunista”.
Lo mismo sucedía con el papá de Lisandro Duque, qué pesar del viejo Lisandro, decían las señoras pacatas y rezanderas, todos vimos a don Lisandro como relojero frente al teatro real, matándose los ojos con esos relojes y el hijo comunista; así pasó con los Parra, los Noreña: fueron unos incomprendidos. ¿Qué pesar, no? El chino Hernán Parra fue después el que se las tiró de izquierdista, porque vendía “La Voz Proletaria”, pero no tenía las lecturas de Jaime y Ramiro; si o no comuñanga. Luego se volvió el hombre de la utilería de algunas producciones cinematográficas de Lisandro Duque ya consagrado como director de cine. Pero el más incomprendido de todos los incomprendidos, fue Raúl Flórez. Escribió sus “Aproximaciones a Theildard de Chardin” y nadie entendió. Pasaba por “La Real” y la gente decía: “ahí va el autor de un tal Chaplin. Raúl tan inteligente como siempre, deseó luego despertar las inquietudes culturales de los sevillanos a través de la revista “Huellas”.
Todos pasando por “La Real” una real que se ha transformado, no por obra y gracia de los secretarios de obras públicas que en Sevilla han sido. Hemos visto en los últimos 20 años a otros borrachos, otros peleadores, otros gallinazos, otros carros. El panorama ya es diferente, no es Esquilo quién hace los disparos en la puerta del “Teatro Real” sino los nuevos vaqueros, los traquetos y demás; ya no es Jesús Mejía el único que lleva vestidos nuevos a Sevilla, para estrenárselos de primero, ya Antonio Ávila lo hizo con la competencia desde el “Everfit” de la calle Miranda, y otros cachacos impecables han aparecido, compran la ropa en Cali o Armenia.
El comercio se ha visto un poco afectado con esto, de ahí los afanes de Israel Gaviria para fundar la Cámara de Comercio, no por ser el primer secretario, sino por consolidar el comercio: y mucho se le debe a Manolo Benítez.
La calle Real ha visto en los últimos 18 años instalar en la esquina del club Los Alpes las inmensas tarimas para realizar el festival Bandola cada año, que Oscar Gallego, María Helena Vélez y los demás miembros han organizado con tenacidad y constancia. Un festival de renombre nacional con los mejores grupos en diferentes géneros. Las tres noches que dura el festival son una rumba continua, una fiesta al aire libre, una sinfonía nocturna. Allí me encontré otra vez con María Victoria Hoyos, bella como en su juventud, entonces, decidimos desquitarnos del tiempo que nos había separado. Le dije, “como el título de la obra de Marcel Proust, en busca del tiempo perdido”. Allí he vuelto a encontrar a los amigos del bachillerato, a los profesores de aquella época, a los que han emigrado al exterior, y a los contertulios de otros momentos. Rafael Andrés Quintero como Alcalde debería pensar antes de terminar su período como exaltarlos. Sevilla le debe un reconocimiento especial al Grupo Bandola, su nombre es igual de conocido al del municipio.
OOOOOOOOOOOOO
Fin.
Referencias:
(1) Antonio María Gómez, otro fundado de Sevilla. Artículo publicado en el Boletín número 197 de la Academia de Historia del valle, páginas 59 hasta la 62. Cali. De mi autoría. febrero del año 2004.
(2) El cine en pueblo, una experiencia personal. De mi autoría. Artículo publicado por la revista CINEMATECA, dirigida por Isadora de Nordem. Publicación de la Cinemateca Distrital. Número 6, Volumen 2, páginas 85, 86 y 87.Bogotá, enero de 1979.
(3) Bailémonos un Bolero. Libro de Rafael María García Orozco. Con presentación de mi autoría, páginas 3 hasta la 10. Diagramación de Parquesoft. Cali, octubre del año 2014.
Nota aclaratoria: La versión inicial de esta crónica costumbrista fue escrita a comienzos del año 1982, luego tomada de la Revista Informática Sevillana No 6. Mayo de 1982, por el arqueólogo de las palabras y las letras Álvaro Noreña Jiménez. La revista la publicó de manera reducida, habiéndose extraviado el manuscrito de la versión original y de las adiciones que se hicieron en agosto del mismo año.
Ahora para la publicación de la revista Sevilla Renace que recoge una serie de escritos de autores sevillanos, el economista Ernesto Pino me ha solicitado hacerle unos ajustes y adiciones a la crónica. Con mucho gusto he accedido realizando algunos retoques, agregados e insertando algunos párrafos de mis escritos titulados “El cine en pueblo: una experiencia personal”, escrito que fue publicado por la Cinemateca Distrital, en enero de 1979; de estudio que hice al diario de Antonio María Gómez y de la presentación al libro de García Orozco, Bailémonos un Bolero, donde abordo aspectos que tienen que ver con la calle Real.
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